<"DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN" "http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> Sin Imprenta: marzo 2004

3/15/2004

FRAGMENTO Escrito por Don Baucis

Sólo más tarde, cuando ya estaba sacándose los zapatos para dormir, notó que había usado la misma ropa que usaba cuando estuvo de viaje: los pantalones que se sentían ajustados por la tela cruda de la estaban hechos, medias de algodón oscuras –el pantalón era azul–, una camiseta del mismo material de las medias, la chaqueta de cuero y los zapatos de suelas de goma. De pasada, se habrá visto en los cristales de la doble puerta del edificio que antes de abrirse lo reflejaba de cuerpo entero, pero nada de eso le hizo pensar que había escogido la misma ropa. Sólo más tarde lo recordó; por los zapatos, que ató y desató marcando el principio y el final del día. Se habrá vestido sin pensar o apenas teniendo en mente que no volvería a casa hasta la noche, que los zapatos calzaban como guantes y la chaqueta no dejaba pasar el agua; pero fue como si la memoria hubiera seguido por su cuenta, alimentando ese recuerdo hasta que lo rescatara la conciencia –fortaleciéndolo mientras tanto- porque lo que sintió cuando buscaba asir el cordón áspero de polvo, no fue exactamente nostalgia de aquel tiempo, sino que tuvo la impresión de haber hecho un viaje. En zapatillas, fue a la cocina a prepararse un café. La idea le estaba dando vueltas mientras tanto. Buscó argumentos para rechazarla: no había ido lejos; fue al valle de la Franquía, a la biblioteca de la universidad por un tomo que recordaba haber visto ahí. Cuando los argumentos le parecieron convincentes y se calmó (a la vista las primeras ebulliciones de la cafetera), dijo que sería una lástima ponerle azúcar a este café (había en el aroma dulzura de humo y en el sabor a frutas ácidas, cuerpo). La coincidencia no lo había dejado en paz porque cuando estiró las piernas por debajo de la mesa, vinieron las veces que tomó café en ese saloncito de cuatro mesas y la barra camino del ascensor Polanco. Ya no pudo detener el encadenamiento de imágenes, la precisión de nuevas sensaciones –como la temperatura ambiente y la humedad del aire–, casi idénticas a las de esa mañana al final del invierno en Valparaíso. Pero no, era claro que no se podía llamar ‘viaje’ a los veinte minutos de carretera hasta el valle de la Franquía; algo más trazaba esa línea paralela, no solo eran las coincidencias de clima, vestido y gustos, sino esa voluntad inconsciente que le había empujado a encontrar iguales motivos donde ya no los había. Al posar sobre el platillo la taza vacía, temió que la cafeína lo mantuviera despierto y que entonces su desvelo creara la posibilidad de seguir buscando empates entre un tiempo y el otro. Talvez no había pensado en el café y fue ese impulso de revivir esas sensaciones lo que le llevaba, allende su voluntad, a recordar lo que no tenía pensado, a hacer lo que no pretendía.

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COSTUMBRES DE MAÑANA Escrito por Karen

Amaneces, sacudido, espantado, expulsado de una realidad que nunca fue tuya, lástima, solo lástima porque no se puede hacer otra cosa. La resignación y punto. Entonces se te pierde la pantufla entre tanto desorden matutino, resaca del infierno pasado, la cueva nocturna que parece protegerte en medio de una mesa repleta de botellas de vidrio, ahora vacías. La cabeza se te derrumba en pedacitos mientras presentas tímidamente tu arrugado rostro al rey milenario que acaba de salir de su refugio oriental.

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